Es posible que estas tierras, situadas en las proximidades del camino natural que, a través de los puertos de Las Fuentes, Menga y El Pico, ponen en comunicación las llanuras del Duero con la cuenca del Tajo, estuvieran pobladas desde la antigüedad. Algunos restos arqueológicos parecen atestiguarlo. Pero los pueblos de Manjabálago y Ortigosa, tal y como hoy los conocemos, nacieron en la Edad Media, posiblemente en la segunda mitad del siglo XII o en las primeras décadas del siglo XIII, fundados tal vez por inmigrantes de origen vasconavarro. Ya en 1250 aparecen ambos -Maniavalago y Ortigosacitados en la famosa relación del cardenal Gil Torres, lo que significa que eran ya núcleos estables de población plenamente integrados en la estructura eclesiástica de la corona de Castilla, formando parte del cabildo del cabildo de Rioalmar, del arcedianato de Avila, en el obispado de Avila.
En apreciación de la época eran, sin embargo, aldeas muy pobres e en sierra y, cuando el rey Alfonso X estuvo en Avila, sus vecinos, movidos por la necesidad, acudieron a él para pedirle algunos heredamientos en que pudiesen labrar por pan. Y el rey mandó delimitar un heredamiento dentro del término del concejo de Avila en el que ellos pudieran tener sus tierras para sembrar. En consecuencia, en el año 1474 cuatro caballeros abulenses – Fortún Alián e don Iñigo e don Matheos e Gil Vázquez- fueron a Manjabálago y delimitaron el término de la aldea: desde fondón de Val de Muñomatheos a la Cuesta Vieja, e de entramas aguas en fondón del Val de Ziervo e al atalaya de la Manzera; e dende a la Fuente de Valverde; e dende por somo de Navaçafrón; e dende por somo de Navalayegua; e dende por somo de la yglesia de Sant Adrián e por la Peña Gorda de los Casares; e dende a la Cabeça del Lavajo Luengo; e dende a la Peña del Mochuelo: e dende a la heredat de An drés Domingo e conmo va a la carrera pinadera, a somo de lo de don Gil. Fuera quedaba lo que se llamó La Mata de Manjabálago que era y seguiría siendo hasta el siglo XIX pasto común de la comunidad de ciudad y tierra de Avila y donde, por tanto, podían cortar leña y pastar los ganados de todos los vecinos de Avila y de los pueblos de su tierra.
En ese término, delimitado en 1274, cuya posesión fue confirmada después una y otra vez por todos los reyes de Castilla en la Edad Media, cultivaban los vecinos de Manjabálago un poco de hortaliza en as inmediaciones de su pueblo y los de Ortigosa un poco de linaza en as inmediaciones del suyo y los de ambos pueblos sembraban trigo, centeno y garrobas en las tierras de secano y cuidaban sus vacas, sus vejas y sus caballerías en los barbechos, en los prados abiertos y errados, en la dehesa boyal y en los terrenos baldíos. Eran economías de subsistencia que, a pesar de todo, posibilitaron un cierto crecimiento de la población. Pero entonces el término concedido no fue suficiente parav sostener tal crecimiento y muchos e aquellos vecinos decidieron roturar los terrenos de La Mata disputando su posesión a algunos caballeros de Avila, que pretendían o mismo, y hubo de intervenir la justicia del rey en repetidas ocasiones para impedir que unos y otros se apropiaran de un término que seguía perteneciendo a la comunidad de vecinos de la ciudad y tierra de Avila. Corrían entonces los últimos años del siglo XV y los primeros del siglo XVI. Y fue entonces cuando el concejo de Manjabálago se decidió a reclamar el pago de determinados impuestos a los Cepeda, el padre y los tíos de la que después sería Santa Teresa de Jesús, que habían comprado tierras en Ortigosa, iniciándose por tal motivo un pleito que concluiría con el reconocimiento de la hidalguía de hecho -no pagar impuestos directos- de dicha familia en Avila, en Manjabálago y en Ortigosa de Rioalmar.
En cualquier caso siempre fue reducido el número de habitantes de ambos pueblos. A mediados del siglo XVIII, cuando se realizó el llamado Catastro de Ensenada, Manjabálago tenía alrededor de treinta vecinos, casi todos labradores, que vivían en una treintena de casas, organizadas en torno a la iglesia de San Miguel, y Ortigosa tenía cuatro vecinos y siete viviendas, una de ellas una casa-palacio del duque de Tamames, junto a la iglesia de San Andrés. Después, en la segunda mitad del siglo XVIII y durante el siglo XIX creció la población y se diversificaron las actividades económicas: había arrieros, algún tejedor y algún sastre y funcionaban la fragua y las paneras de Manjabálago y cuatro molinos de una muela que molían durante el invierno en el Rioalmar en el término de Ortigosa. Y la población siguió creciendo durante gran parte del siglo XX llegando a superar la cifra de 350 habitantes en la década de los cincuenta. Después, la industrialización de algunas regiones españolas, la atracción de las ciudades y la emigración rural provocaron una pérdida continuada del número de habitantes que ha llegado hasta la actualidad.
Hasta el siglo XIX Manjabálago y Ortigosa eran concejos de aldea, el segundo dependiente del primero y éste gobernado por un alcalde y un regidor, pertenecientes a la jurisdicción del concejo de Avila e integrantes del sexmo de San Pedro, uno de los siete sexmos en que a efectos organizativos y fiscales estaba dividida la tierra de Avila. En el siglo XIX, con el triunfo del liberalismo, desapareció la comunidad de ciudad y tierra de Avila y nació el ayuntamiento independiente de Manjábalago con su anejo Ortigosa de Rioalmar. En la actualidad...